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¿Es la lucha zapatista una lucha anticapitalista?
Por Nuevo Proyecto Histórico - Tuesday, Jan. 21, 2003 at 10:30 AM
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Artículo de John Holloway aparecido en la revista Rebeldía número 1, noviembre del 2002. Más materiales autónomos en nuestra página web. Un abrazo fraternal¡¡¡¡¡

¿Es la lucha zapatista una lucha anticapitalista?

John Holloway

La marcha de los zapatistas es la marcha de la dignidad. No fue: es. Y no sólo de los indígenas, sino de todos.

La dignidad es una marcha. "Es y está por hacer, es camino por recorrer" (Palabras del Ejército Zapatista de Liberación Nacional -EZLN- el 27 de febrero del 2001 en Puebla, Puebla.) Es un "duro y peligroso viaje, un sufrir, un vagabundear, un salirse del camino, un buscar la patria oculta, un movimiento repleto de interrupciones trágicas, hirviente, entrecortado por saltos, erupciones, promesas solitarias, cargado de manera discontinua por la conciencia de la luz." (Bloch, 1964, p. 29).

La dignidad no marcha por una carretera recta. El camino por recorrer son múltiples caminos que se hacen al andar: caminos, entonces, que resisten definición. Más que una marcha, es un caminar, un andar.

Un caminar, pero no simplemente un pasear. La dignidad es siempre un caminar en contra de: en contra de todo lo que niega la dignidad.

¿Qué es lo que niega la dignidad? Todo lo que nos impone una máscara y nos encarcela dentro de la máscara(2). El mundo indigno nos dice: "Tú eres indígena, por lo tanto eso es lo que puedes hacer"; "tú eres mujer, por eso haces lo que haces"; "tú eres homosexual, por eso te comportas de esta manera"; "tú eres viejo y sabemos cómo son los viejos". El mundo indigno nos encierra dentro de una definición. Nos dice: "tu caminar llega hasta aquí, no puedes ir más lejos". Y nos dice: "tienes que caminar por la carretera, no por donde quieras". El mundo indigno nos limita, nos define, nos define de una forma que no es externa, sino que penetra nuestra existencia misma.

Pero ¿de dónde viene esta imposición de máscaras? ¿Es racismo? ¿Es sexismo? ¿Es homofobia? Es todo eso. Pero es más que eso. Todos estamos obligados a llevar máscaras. Todos estamos atrapados en un tiempo lineal, homogéneo, un tiempo que va solamente hacia adelante, en una línea derecha, un tiempo que niega nuestra creatividad, nuestra capacidad de hacer-de-otra-forma. No sólo los indígenas sino todos estamos obligados a ver la misma película todos los días. "Queremos que la vida sea como una cartelera cinematográfica, de la cual podemos escoger una película diferente cada día. Ahora nos hemos levantado en armas porque, por más de quinientos años, nos han obligado a ver la misma película todos los días". (Subcomandante Marcos, La Jornada, 25 de agosto de 1996). Pero sí hay un cambio en la película que estamos obligados a ver todos los días: se vuelve más y más violenta. Se vuelve más claro cada día que el tiempo lineal que nos lleva hacia adelante, que la carretera recta en la cual estamos obligados a caminar, conduce directamente a la autodestrucción de la humanidad.

¿Qué es esta fuerza que nos encierra dentro del tiempo lineal, que nos obliga a caminar en la carretera directa hacia la autodestrucción, que encarcela nuestro hacer dentro de una máscara de ser? ¿Qué es lo que niega nuestra dignidad?

Es el rompimiento de nuestro hacer. Nuestra dignidad es hacer. Nuestra dignidad es nuestra capacidad de hacer y de hacer-de-otro-modo. Las hormigas no tienen dignidad: hacen, pero no pueden proyectar un hacer diferente para mañana. Para ellas el tiempo es lineal. Pero "lo que hacía que nuestro paso se levantara sobre plantas y animales, lo que hacía que la piedra estuviera bajo nuestros pies" (EZLN, Comunicado del 1 de febrero de 1994) es que nosotros sí tenemos la capacidad de hacer-de-otro-modo, de crear. Podemos proyectar que vamos a hacer algo nuevo y lo podemos hacer. Esta capacidad es siempre social, aún cuando parece ser un acto individual. Nuestro hacer siempre supone el hacer de otros, en el presente y en el pasado. Nuestro hacer es siempre parte del flujo social del hacer en el cuál lo hecho por unos fluye en el hacer de otros.

Pero en la sociedad actual, el flujo social del hacer está roto. El capitalista toma lo que se ha hecho y dice "¡esto es mío, ésta es mi propiedad!". Al agarrar lo hecho, rompe el flujo social del hacer, ya que el hacer siempre construye sobre lo hecho. Al agarrar lo hecho, el capitalista puede forzar a los hacedores a venderle su capacidad de hacer (la cual se convierte en fuerza de trabajo), de tal forma que él les dice ahora lo que tienen que hacer. Con eso los hacedores pierden su capacidad de hacer-de-otro-modo: ahora tienen que hacer lo que les dice el capitalista.

El capital es un proceso de separar. Separa lo hecho del hacer, y por lo tanto separa a los hacedores de lo hecho y de su propio hacer. En el mismo movimiento, los hacedores están separados de la riqueza que han creado y de su capacidad de hacer-de-otro-modo. Nosotros (porque somos nosotros los hacedores) somos hechos pobres y robados de nuestra subjetividad. El capital es un proceso de separarnos de la riqueza de la creación social humana, de nuestra humanidad, de nuestra dignidad, de la posibilidad de ver otra película mañana.

Al separar a los hacedores de la capacidad de hacer-de-otro-modo, el capital subordina el hacer a lo que es. El capitalismo es el reino de "así son las cosas", "así es la vida", "tú eres una mujer y las mujeres son así", "tú eres indígena y así son". Detrás del racismo, del sexismo, de la homofobia hay un problema más general: la dominación de las máscaras, de la etiquetas, de las identidades. Detrás de la negación particular de la dignidad ("tú eres un indígena, una mujer") hay una negación más general de la dignidad: "tú eres lo que eres y nada más". La respuesta de la dignidad es: "somos lo que somos y mucho más". La dignidad es la lucha en contra de su propia negación: la lucha por la dignidad empieza como lucha en contra de una negación particular de la dignidad (discriminación contra indígenas, contra mujeres), y sigue y sigue hacia el reconocimiento mutuo de las dignidades, la unión de las dignidades. Los caminos se cruzan, se juntan, se dividen y se juntan, fluyen en el mismo sentido. Todas las dignidades, si son consecuentes, se vuelven no solamente contra negaciones particulares de la dignidad, sino contra la negación general de la dignidad que nos impone una etiqueta y subordina nuestro potencial como humanos a esa etiqueta. El camino de la dignidad nos lleva no solamente en contra del insulto particular sino también más allá, en contra del insulto general. Y el insulto general es el etiquetar a la gente, la subordinación del hacer al ser. Y este insulto terrible que ahora amenaza con extender la negación de la humanidad a la destrucción total de la humanidad; este insulto terrible surge simplemente de la forma en la cual el hacer está organizado, del hecho de que el capital es proceso de separar lo hecho del hacer, con todo lo que conlleva.

La lucha de la dignidad por la dignidad, entonces, es una lucha anticapitalista. Pero esto no se debe convertir en una etiqueta nueva ("yo soy socialista, tu eres un liberal", "yo soy un comunista, tu eres un revisionista"). La lucha en contra del capital es una lucha en contra del proceso de separación que es el capital: el proceso de separar lo hecho del hacer, la riqueza que creamos de nosotros, la subjetividad y la dignidad de nosotros. La lucha por la dignidad es la lucha en contra de la separación, la lucha para (re)unir lo que separa el capital, la lucha por otra forma de hacer, otra forma de relacionarnos el uno con el otro, como sujetos activos, como hacedores. La lucha por la dignidad es la lucha para emancipar el hacer del ser, la lucha para hacer explícito el flujo social del hacer. La lucha por la dignidad es la lucha para crear una sociedad basada en el reconocimiento de la dignidad, en lugar de una basada en la negación de la dignidad.

¿Cómo lo podemos hacer? ¿Es realmente posible? Podemos luchar, tenemos que luchar, por supuesto, pero ¿es realmente posible crear una sociedad basada en la dignidad, una sociedad que va más allá del capitalismo? ¿Es posible construir otras formas de hacer dentro del capitalismo? ¿No tenemos que destruir el capitalismo primero para crear esta posibilidad? ¿Es posible crear y expandir espacios de dignidad? ¿No es inevitable que estos espacios sean reprimidos o absorbidos por el capital? ¿Es realmente posible crear y extender espacios de dignidad a tal punto que destruyan al capitalismo y creen una sociedad basada en el reconocimiento mutuo de la dignidad?

Antes se pensaba que la única forma de crear una sociedad mejor era tomando el poder estatal, destruyendo al capitalismo y construyendo la sociedad nueva. Pero no funcionó. No funcionó porque concebía el cambio radical como un cambio llevado a cabo por parte de los trabajadores, mientras que el concepto de dignidad hace claro que la construcción de una sociedad digna sólo puede ser un proceso de autoemancipación. En segundo lugar, no funcionó porque la noción de tomar el poder estatal se basaba en la idea de que el Estado era el centro de la sociedad, que el mundo capitalista era la suma de muchas sociedades diferentes, cada una con su Estado en el centro. El desarrollo capitalista mismo ha subrayado que no es así (y que nunca fue así): la sociedad capitalista es una sociedad global apoyada por una multiplicidad de Estados, de tal forma que ningún Estado está en el centro de la sociedad.

No podemos pensar en el cambio social radical como algo que se lleva a cabo desde arriba, desde el Estado. La revolución sólo puede ser construida desde abajo. Pero ¿cómo podemos construir la dignidad en una sociedad que niega a la dignidad de forma sistemática? ¿Cómo podemos hacer la dignidad tan fuerte que destruya a la sociedad que la niega?

No es cuestión de la Revolución, pero tampoco es cuestión simplemente de la rebeldía(3): es cuestión de la revolución (con "r" minúscula)(4). La Revolución (con "R" mayúscula), entendida como la introducción del cambio desde arriba, no funciona. La rebeldía es la lucha por la dignidad y existirá mientras se niegue la dignidad. Pero no es suficiente. Nos rebelamos porque somos humanos. Pero no queremos simplemente luchar contra la negación de la dignidad, queremos crear una sociedad basada en el reconocimiento mutuo de la dignidad. Nuestra lucha, entonces, no es la lucha por la Revolución, ni simplemente por la rebelión sino por la revolución. Lo importante ahora es hacer una separación clara entre revolución y toma del poder estatal. Tenemos que replantear la cuestión de la revolución, pero de una forma que no se confunda con la conquista del Estado. Pero ¿qué significa eso y cómo lo hacemos? En esta lucha revolucionaria no hay modelos, no hay recetas, simplemente una pregunta terriblemente urgente. No una pregunta vacía, sino una pregunta llena de mil respuestas.
Fisuras: éstas son las mil respuestas a la pregunta de la revolución. Por todas partes existen fisuras. Las luchas de la dignidad desgarran el tejido de la dominación capitalista. Cuando la gente se levanta en contra de la construcción del aeropuerto en Atenco, cuando se oponen a la construcción de la carretera en Tepeaca, cuando se levantan en contra del Plan Puebla Panamá, cuando los estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) se oponen a la introducción de cuotas, cuando los obreros hacen huelga en contra de la introducción de ritmos más rápidos de trabajo, todos están diciendo "¡NO, aquí No, aquí el capital no manda!". Cada No es una llama de dignidad, una grieta en el mando del capital.

El No es el punto de partida de toda esperanza. Pero no es suficiente. Decimos No al capital pero el capital sigue atacándonos, separándonos de la riqueza que creamos, negando nuestra dignidad como sujetos. Pero nuestra dignidad no es tan fácilmente negada. El No tiene un ímpetu que nos lleva hacia adelante.

Las luchas que dicen No muchas veces van más allá de eso. En el proceso mismo de luchar contra el capital, se crean otras relaciones sociales. Los involucrados se dan cuenta que no están luchando simplemente contra una imposición particular del capital, sino que están luchando por otro tipo de relaciones sociales. Especialmente en los últimos años, muchas luchas han puesto gran énfasis en el desarrollo de estructuras horizontales, en la participación de todos, en el rechazo a estructuras jerárquicas que reproducen las jerarquías del capitalismo: de ahí el "mandar obedeciendo" de los zapatistas, las asambleas horizontales de los estudiantes de la UNAM, las Asambleas Barriales de Argentina, las estructuras desarrolladas por el movimiento "globalifóbico" en todo el mundo, el compañerismo desarrollado en las huelgas, etcétera. Muchas veces estos son experimentos muy explícitos y concientes, formas de decir "no estamos solamente diciendo No al capital, estamos desarrollando otro concepto de lo que es la política, estamos construyendo otra trama de relaciones sociales, estamos prefigurando la sociedad que queremos construir".

Pero esto no es suficiente. No podemos comer discusiones democráticas. No sirve si, después de la discusión democrática en la asamblea barrial o en el frente zapatista en la noche, tenemos que vender nuestra capacidad de hacer (fuerza de trabajo) al capital al día siguiente y participar activamente en el proceso de separación que es el capital. Pero aquí también, el ímpetu de la lucha nos puede llevar más lejos, del hablar al hacer.

Las luchas que no solamente dicen No, sino que crean otras relaciones sociales en su práctica, dan otro paso cuando empiezan a organizar un hacer diferente. Las asambleas barriales en Argentina están avanzando de la discusión y la protesta a tomar sus propias vidas en sus manos al ocupar clínicas que han sido abandonadas, casas que están vacías, bancos que han huido, para proveer un mejor servicio de salud, lugares para vivir, centros de reunión. Cuando las fábricas cierran, los obreros no están simplemente protestando sino ocupándolas para producir cosas que se necesitan. La fisura se vuelve no simplemente un espacio de rechazo, no simplemente un espacio para desarrollar estructuras horizontales sino para construir otras formas de hacer. Este paso es muy importante porque concentra nuestra atención en lo fundamental, que es la organización del hacer.

Pero esto no es suficiente. Las fisuras muchas veces son muy pequeñas, los haceres alternativos son aislados. ¿Cómo conectar estos proyectos alternativos, entre sí y con la sociedad en general? Si se hace a través del mercado, terminan dominados por el mercado. No se puede hacer a través de la introducción de una planificación central porque esto supone estructuras que no existen y que no pueden existir en este momento. La articulación se tiene que hacer desde abajo, de forma experimental. En Argentina actualmente, el movimiento de trueque en sus mejores manifestaciones es un intento de desarrollar otras formas de articulación entre productores y consumidores (prosumidores), pero todavía está en sus inicios.

Pero esto todavía no es suficiente. La revolución no puede significar pobreza. El propósito del movimiento revolucionario es hacer explícita la riqueza del hacer social. Pero ahora el capital nos separa de esta riqueza, se coloca como portero del hacer social, diciéndonos que para tener acceso a esta riqueza tenemos que obedecer las reglas del capital, los cálculos de la ganancia. ¿Cómo podemos burlar al portero, encontrar otras formas de conectarnos con la riqueza del hacer de tantos millones de personas en todo el mundo que, ellos también, están diciendo o quisieran decir NO a la lógica social de las conexiones capitalistas?

En cada momento, el Estado se ofrece como respuesta a nuestras preguntas. El Estado dice: "Véngan a mí, organícense a través de mí, yo no soy el capital. Yo puedo dar la base para otra organización de la socializad". Pero es una mentira, un truco. El Estado sí es el capital, una forma del capital. El Estado es una forma de relaciones sociales específicamente capitalista. Ese Estado está tan fuertemente integrado a la red global de relaciones capitalistas que no hay forma de construir una socialidad anticapitalista a través del Estado, sea cual sea el partido que ocupe el gobierno. El Estado nos impone las relaciones jerárquicas que no queremos; el Estado nos dice que tenemos que ser realistas y aceptar la lógica capitalista y los cálculos del poder, cuando sabemos muy bien que no queremos esta lógica y estos cálculos. El Estado dice que resolverá nuestros problemas, ya que nosotros no lo podemos hacer, nos reduce a víctimas, niega nuestra subjetividad. El Estado es una forma de reconciliar nuestras luchas con la dominación del capital, pero no se dejan reconciliar. El camino estatal no es el camino de la dignidad.

Ciertamente hay muchas situaciones en las cuales podemos aprovechar los recursos del Estado -como cuando los piqueteros cierran calles para obligar al Estado a darles fondos que ellos usan para desarrollar otras formas de hacer. También existen situaciones en las cuales puede tener sentido votar por un partido en lugar de otro, para defender o para crear más espacio para nuestro movimiento. Pero el Estado no provee, no puede proveer, la socialidad alternativa que parece ofrecer. Las empresas estatales, por ejemplo, no ofrecen otra organización del hacer: transforman el hacer en trabajo y lo subordinan al movimiento del capital de la misma forma que en cualquier empresa (en eso no hay gran diferencia entre la ex-Unión Soviética, Gran Bretaña o México). Aún si hay situaciones en las cuales queremos usar el Estado, como usamos el dinero, es importante tener claro que el Estado, como el dinero, es la encarnación de relaciones que niegan nuestra dignidad. No es a través del Estado que podemos crear una sociedad basada en la dignidad.

¿Cómo entonces? La pregunta nos atormenta. Las viejas soluciones no funcionaron, no pueden funcionar. Pero ¿existe una solución que pueda funcionar? ¿Es realmente posible que la lucha contra la negación de la dignidad nos lleve a una sociedad basada en la dignidad, una sociedad en la cual el poder social del hacer esté emancipado (una sociedad comunista)? La certeza no está de nuestro lado. La certeza no puede estar de nuestro lado, porque la certeza existe solamente ahí donde la dignidad humana está negada, donde las relaciones sociales están totalmente cosificadas, donde las personas están totalmente reducidas a máscaras. La única certeza para nosotros es que la dignidad significa luchar contra un mundo que niega la dignidad.

Llamas de dignidad, relámpagos, fisuras en la dominación capitalista. Miren el mapa del capitalismo y vean qué tan desgarrado está, tan lleno de fisuras, de llamas de revuelta. Chiapas, Buenos Aires, Sao Paulo, Cochabamba, Quito, Caracas, y así en todo el mundo. Nuestra lucha es para extender los tiempos-espacios de las fisuras, soplar el fuego de la revuelta. A veces las llamas iluminan el cielo tanto que podemos ver claramente lo que nos da esperanza: los dominadores dependen de los dominados, el capital depende de nosotros, de su capacidad de transformar nuestro hacer en trabajo que pueda explotar. Es nuestro hacer que crea el mundo, es el capital que corre detrás tratando de contener nuestra fuerza. Nosotros somos el fuego, el capital es el bombero. En términos más tradicionales: la única fuerza de producción es la fuerza creativa del hacer humano, y las relaciones capitalistas de producción luchan todo el tiempo para contenerla.

El capital nos tiene miedo. El capital huye de nosotros. La huida y la amenaza de huida son el núcleo de la dominación capitalista. Los señores feudales no huían de sus siervos: si los siervos no se portaban bien, los señores se quedaban y los castigaban, muchas veces físicamente. Pero en el capitalismo es muy distinto. El capital nos dice todo el tiempo: "Si ustedes no se portan bien, me voy". Vivimos bajo un estrés terrible, bajo la amenaza constante de que nuestros amos se vayan a ir y nos dejen. Y muchas veces el capital sí se va y entonces millones de personas se quedan en el desempleo, regiones o países enteros quedan sin inversión, generaciones enteras quedan sin la experiencia de la explotación directa. Bajo el neoliberalismo, esta amenaza de la huida y esta realidad de la huida se vuelven más y más centrales: la movilidad del capital es mucho más grande que antes. Más y más claramente, el capital nos dice "pórtense como robots, hagan todo lo que les digo, o me voy". Más y más, el capital huye del hecho de que no somos robots, huye de nuestra dignidad.

Dignidad y capital son incompatibles. Mientras más avanza el caminar de la dignidad, más huye el capital. Cuando se levantan los indígenas, el capital huye. Cuando los obreros ocupan las fábricas, el capital huye. Cuando los estudiantes se rebelan contra la reestructuración de la educación, el capital huye. Cuando parece que un gobierno de izquierda podría introducir medidas que afecten las ganancias, el capital huye (y el gobierno cambia de opinión). Por eso, la cuestión de la respuesta que damos a la huida del capital es crucial para la lucha de la dignidad (aún más básica que la cuestión de la represión, porque la represión siempre se presenta como respuesta a la huida del capital). ¿Qué le vamos a contestar cuando el capital dice "pórtense bien o me voy"? ¿Qué vamos a decir cuando el capital se va?

¡Que huya! ¡Que se vaya! Esto es lo genial de la consigna argentina "¡que se vayan todos!" El capital domina amenazándonos con que se va a ir. Bueno, pues, que se vaya. Podemos vivir perfectamente bien sin él.

¿Sí, podemos? Esta es la gran pregunta. El capital no es simplemente un proceso de cerrar fisuras. Al irse y amenazar con irse, abre también fisuras potenciales. Si el capital amenaza demasiado, los trabajadores pueden ser llevados a decir "órale, vete, nosotros nos quedamos con los edificios y el equipo". Cuando el capital se va, dejando regiones enteras, la gente es llevada, por necesidad y por decisión, a encontrar otras formas de sobrevivir, otras formas de hacer. Las personas son impulsadas a construir relaciones sociales que apuntan más allá del capital. Las fisuras se abren como resultado de nuestras luchas abiertas pero también por la huida del capital ante nuestra dignidad.

Pero ¿cómo podemos sobrevivir sin nuestros explotadores cuando ellos controlan el acceso a la riqueza del hacer humano? Este es el gran desafío. ¿Cómo podemos fortalecer las fisuras de tal forma que no sean bolsas de pobreza sino una forma realmente alternativa de hacer que nos permita decir al capital "pues sí, vete"? La próxima vez que el capital nos deje desempleados, ¿cómo le podemos decir: "Muy bien, ahora puedo dedicarme a algo que tenga sentido"? La próxima vez que el capital cierre una empresa, ¿cómo podemos decir "Vete entonces, ahora podemos usar el equipo y los edificios y nuestros saberes de otra manera"? La próxima vez que el capital nos diga "ayuden a los pobres bancos o el sistema financiero se va a caer", ¿cómo podemos decir "Que se caiga, tenemos mejores formas de organizar nuestras relaciones"? La próxima vez que el capital nos amenace: "Me voy" ¿cómo decirle: "Sí, vete, vete para siempre, y llévate a tus amigos contigo, que se vayan todos"? Esta es la cuestión de la organización de nuestro hacer, este es el problema de la revolución (con "r" minúscula).

¿Qué significa "revolución"? Es una pregunta, solamente puede ser una pregunta. Pero no es una pregunta que se quede parada. No es una pregunta que se atore en un lugar, sea ese lugar San Petersburgo o la selva Lacandona o Buenos Aires, ni en un momento, sea ese momento 1917 o el primero de enero de 1994 o el 19 y 20 de diciembre del 2001. No es una pregunta que se pueda contestar con una fórmula o una receta. Es una pregunta que sólo se puede contestar en la lucha, pero la reflexión teórica es parte de la lucha. Es una pregunta con una energía, una rabia y un anhelo que no la deja descansar. Empujemos la pregunta hacia adelante todo el tiempo, lo más que podamos, con cada acción política, con cada reflexión teórica. Preguntando caminamos, eso sí, pero caminamos con rabia, preguntamos con pasión.



Referencias:

Bloch, Ernest. (1964), "Tübinger Einleitung in die Philosophie", Bd. 2 (Frankfurt: Suhrkamp)

Holloway, John. (2002), "Cambiar el Mundo sin Tomar el Poder", (Buenos Aires y Puebla: Herramienta/ UAP)


Notas

(1) La pregunta del título fue propuesta por el comité editorial de la revista. Algunas de las ideas presentadas aquí están desarrolladas en mi libro: Holloway (2002). A Eloína Peláez muchas gracias.

(2) Para el subcomandante Marcos, una sociedad digna sería una sociedad en la cuál la gente 'no tenga que usar una máscara … para relacionarse con los demás'.Entrevista con Cristián Calónico Lucio, 11 November 1995, ms. p. 61.

(3) En su entrevista del 9 de marzo de 2001 con Julio Scherer, Marcos dice que "nosotros nos ubicamos más como un rebelde que quiere cambios sociales. Es decir, la definición como el revolucionario clásico no nos queda." (Proceso, 11 de marzo de 2001, p. 14). Marcos tiene razón en rechazar el viejo concepto de Revolución, pero el concepto de rebeldía no es suficiente para conceptualizar el desafío de transformar el mundo. La distinción entre Revolución y revolución me parece más atinada. Ver la siguiente nota.

(4) En "La Historia de los Espejos" (La Jornada, 9/10/11 de junio de 1995, p. 17 (11 de junio), el subcomandante Marcos habla de la revolución que "será, primordialmente, una revolución que resulte de la lucha en variados frentes sociales, con muchos métodos, bajo diferentes formas sociales, con grados diversos de compromiso y participación." Dice que usa "minúsculas, para evitar polémicas con las múltiples vanguardias y salvaguardas de "LA REVOLUCION".




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