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“Mosconi, Familiares”
Por Martina Noailles - Tuesday, Jan. 27, 2004 at 2:36 AM
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En medio de la marcha y de las grandes banderas, una mujer camina con un cartel que la identifica: “Mosconi. Familiares”. Es Clarisa, la mamá de uno de los nueve desocupados salteños que fueron detenidos luego de una manifestación contra la petrolera TecPetrol. Hace una semana su hijo fue liberado pero la jueza no le permite salir de la ciudad.

Clarisa vino a Buenos Aires con una única misión: contarle a cada persona que se cruce en su camino lo que sufrió su hijo dentro de una comisaría. No son muchos los que la escuchan. Cuando prendo el grabador también se encienden sus ojos y me abraza. Mi cinta girando era mucho más que una oreja. Clarisa sabía que esta noche sus palabras saldrían de allí.

"Le pisaron la cabeza, le golpearon las costillas, le tiraron agua mientras dormía, lo hacían caminar de rodillas y besarles los pies a los policías". Esas torturas, dignas de la dictadura, son las que tuvo que soportar Daniel Valencia, uno de los tantos militantes desocupados que vienen siendo perseguidos por el gobierno del menemista Juan Carlos Romero.

Desde hace unos días Juan Carlos está bajo la contradictoria “libertad condicional”. Libre de las torturas físicas que sufrió durante dos meses en la Comisaría 42 de Tartagal, pero preso en su Mosconi, de donde no puede salir por disposición de la jueza, esposa de un petrolero de la zona. Tampoco puede reunirse con sus compañeros del movimiento y, obviamente, mucho menos participar de una marcha. No vaya a ser cuestión que confunda libertad con libertinaje.

Como la mayoría de los que viven en el norte de Salta, Juan Carlos recibe un plan de 150 pesos. “Una garrafa de gas cuesta 47 pesos. Cómo podemos vivir con esa miseria”, se pregunta Clarisa sin esperar que yo conozca la fórmula mágica.

Clarisa sostiene un cartel durante toda nuestra charla. El pedazo de cartón -que con sólo dos palabras, “Mosconi. Familiares”, le sirve de presentación ante quien quiera oírla- no logra esconder la bronca que se escapa por todo su cuerpo, como si la torturada hubiera sido ella. Retuerce sus manos ante cada pregunta como si quisiera decirme algo más que palabras y silencios.

“Sabés cuál es el único delito que cometió mi hijo”, dice y hace una pausa de un segundo que no me alcanza para responder pero que a ella le permite tomar aire y seguir. “Salir a luchar por un trabajo”, se contesta.

En la Plaza de Mayo 15 mil personas se unieron en un mismo reclamo: el desprocesamiento de todos los luchadores populares que suman más de tres mil en todo el país. Juan Carlos es uno de ellos.

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