Julio López
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acto de la Verón el 26-7
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Invitación al acto y nota de Lopez Echagüe

A un mes de los fusilamientos de Maxi y Darío en Avellaneda
A los compañeros, amigos,asambleas y vecinos solidarios
El viernes 26 de Julio se cumple un mes de que la represión criminal planificada por el Gobierno de Duhalde se cobrara la vida de Maxi y Darío en el Piquete del Puente Pueyrredón. La vitalidad, la generosidad y la entrega de los compañeros que cayeron, nos llaman a mantener viva su memoria, a reivindicar su lucha, que es la de todos. Estamos organizando para ese día una jornada de memoria y resistencia, abierta a todas las propuestas de homenaje y reivindicación que nos vienen proponiendo: la pintura de un mural, muestras de fotos, trabajos artísticos, etc. Hoy más que nunca, a nuestras demandas por trabajo y dignidad, que siguen en pie, queremos sumarle el acompañamiento de todos quienes comprenden que nuestra lucha, y cada lucha, es una lucha de todos.
En estos días todavía estaremos recibiendo propuestas para organizar la jornada, y por el momento, para el mural principal, ya estamos necesitando colaboración con donaciones de pinturas, pinceles y escaleras (4 mts).
Dario y Maxi, presentes, ahora y siempre.
El jueves 18 realizaremos la reunion abierta para definir la organizacion de la jornada. Hasta entonces mantendremos abierta la convocatoria, y también para esa fecha necesitaríamos tener confirmados los materiales que consigamos.
Para participar o colaborar, comunicarse al
15-5140-7894 (Flor)
mtd_lanus@yahoo.com.ar
¡ ¡ Por trabajo, dignidad, y cambio social ! !
Coordinadora de Trabajadores Desocupados Anibal Veron


¿Quién le teme a la Aníbal Verón?

por Hernán López Echagüe


En las horas posteriores a la cacería del pasado miércoles 26, funcionarios,
dirigentes y periodistas afectos al arte de la sofistería se entregaron a
reflexionar acerca de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal
Verón con una ligereza y malicia insultantes. "Grupo violento y
radicalizado", decían, "sector subversivo de la ultraizquierda", clamaban
sin ocultar una mueca de revulsivo desprecio. La desinformación, avivada por
la hipocresía y la torpeza intelectual de los grandes medios de
comunicación, fue el lugar común. Las radios escupían infamias. Las
pantallas soltaban imágenes y frases engañosas. Una realidad irrefutable que
algunas organizaciones de piqueteros han sabido resumir en una consigna que
todavía puede observarse en muros y paredes del gran Buenos Aires: "El
gobierno nos mea y los medios dicen que llueve".
A causa de un libro en el que estoy trabajando desde enero último,
destinado a narrar las experiencias de un puñado de organizaciones y
movimientos independientes y autónomos de distintos rincones del país, tuve
la buena fortuna de conocer, y entablar una férrea relación, con los
miembros del Movimiento de Trabajadres Desocupados de Lanús y Solano. Juan,
Pablo, Carlos, Pocho, Neka, Alberto, Nelson, Flor, Luis, Alejandro ... Y
Darío, el tipazo Darío Santillán. Recuerdo el primer encuentro, en el barrio
La Fe, Monte Chingolo, todos sentados en círculo, el trasero apoyado sobre
improvisadas banquetas montadas con tablones astillados y bloques de
concreto. Corrían los últimos días de febrero. El calor era insoportable. Me
decía Pablo: "Tenemos como características la horizontalidad, la autonomía y
la democracia directa. Horizontalidad, porque en el MTD no existen puestos
jerárquicos, no hay presidentes, ni secretarios generales, etc. Sí
coordinadores de tareas. En el MTD todos tenemos los mismos derechos y
obligaciones, nadie está por encima de otro. Autonomía, porque somos una
organización que no responde a los intereses de ningún partido político,
grupo religioso, central sindical u otro tipo de organización. Democracia
directa, porque las decisiones del movimiento son tomadas en Asambleas
Barriales, donde todos pueden llevar sus propuestas, dar su opinión y cada
participante del movimiento tiene un voto. Allí se eligen o remueven
delegados o coordinadores de tareas, se construyen los criterios del MTD y
se deciden los planes de lucha". Añadía Darío: "La consigna del MTD es
Trabajo, Dignidad y Cambio Social. Porque creemos que podremos revertir esta
realidad, no con un cambio de gobierno, sino con un cambio de sistema de
sociedad donde no haya ningún ser humano por encima de otro, donde no
existan ni ricos ni pobres, donde la tierra, el trabajo, la salud, la
justicia y la educación estén en manos del pueblo y realmente podamos
decidir nuestro futuro".
A diferencia de la clase política, y de buena parte de la sociedad, los
miembros de la Aníbal Verón han comprendido, con notable sabiduría, los
episodios de diciembre de 2001, es decir, las muertes, el quiebre brutal del
obsoleto sistema de representatividad política; el hastío, en fin, hacia
toda forma tradicional de la política. Han comprendido que todo está por
hacerse.
Darío era el símbolo andariego de este novedoso y plausible estilo de
militancia social. Un muchacho repleto de vida y grandeza. Ojos claros, de
color índigo, ojos apasionados, ojos jugados. Suficiente era observarlo para
caer en la cuenta de que en ese cuerpo robusto, más allá de una timidez
quizá arcaica, había aires de futuro. Porque Darío gozaba cada abrazo, cada
apretón de manos, cada vez que hacía referencia a la lucha que llevaba
adelante. No pretendía mucho. Bienestar, justicia, igualdad. Para él y para
todos. Tenía veintiún años.
Aquella calurosa tarde de febrero me condujo por las calles embarradas del
barrio La Fe mientras, con orgullo, me refería todos los logros comunitarios
que había alcanzado el Movimiento: comedor popular, panadería, bloquera,
taller de herrería, cursos de lectura, biblioteca, huertas, la guardería y
decenas de proyectos signados por el vehemente deseo de un futuro mejor.
Emprendimientos que estaban llevando a cabo con el único sostén de los
míseros plan trabajar, y, por sobre todas las cosas, merced a una entrega y
esfuerzo dignos de la celebración.
Nos reencontramos a mediados de abril, en el piquete de Donato Alvarez y
Condarco, en Monte Chingolo. Un miembro del Servicio Peninteciario Nacional
había baleado a Juan Arredondo frente a la Municipalidad de Lanús. Y Darío
parecía más firme y seguro de sí mismo. El último abrazo ocurrió dos semanas
atrás. En una reunión del MTD-Lanús, cuando ya el gobierno había lanzado la
advertencia: "No permitiremos más cortes de rutas". Mientras me dirigía
hacia el lugar vi a Darío, su espalda ancha, su pelo largo, el perfil de su
barba acaracolada, caminando junto a su novia, más baja, claro. Darío con su
brazo derecho sobre el hombro de ella. Minutos después estábamos en una
especie de galpón. Delegados de la Aníbal Verón. Y un mate. Y un par de
bromas y después cómo organizar ésto y aquéllo. Luego, ya en la panadería
del MTD, Darío que aparece, y me abraza, y abraza a todos los que lo rodean,
cuando Luis echa a andar la mezcladora.
Más tarde estoy en la casa de Juan Arredondo, una casilla en extremo
precaria. Ha transcurrido poco más de un mes desde el episodio del balazo en
el pulmón. Lo noto muy bien, repuesto ya de la agresión, lleno de ánimo. De
debajo del colchón extrae un sobre enorme. Radiografías del tórax. Con
satisfacción me muestra la última. "Ya se está cerrando la herida. Ya estoy
para salir a la ruta de nuevo". Y continúa: "Lo primero que pensé cuando
recibí el tiro, fue en la familia, en los nietos que tengo. Yo estaba ahí,
tirado en la calle, y pensaba:´Una bala no creo que me mate, no me puede
matar´.Y ahí, inmediatamente, empecé a sentir que el aire me faltaba y me
empecé a organizar yo con el aire, a administrar el aire hasta sentir el
sonido de alguna ambulancia. Alrededor sentía todo, los compañeros que
gritaban, que insultaban al hombre que me había pegado el tiro". Vuelve a
mostrarme una de las primeras radiografías, donde puede observarse la estela
blanquecina que dejó el disparo. "Con esta bala aprendí mucho. Ojalá todos
los compañeros se sientan como yo, en el sentido de que sabemos que si a
nosotros nos atacan es porque realmente les estamos haciendo un daño a
ellos, porque ellos saben que la verdad la tenemos nosotros. Por eso nos
mandan a atacar y a agredir. Porque si nosotros estamos haciendo un corte
pacífico, lo único que hacemos son cordones para darle la seguridad a los
compañeros y a las compañeras que están en el medio. No estamos para agredir
al que venga, o al que quiera pasar. Es una defensa. A lo mejor hay gente
que piensa que porque nosotros cortamos una ruta o porque andamos con unos
palos y nos tapamos la cara somos agresivos, pero eso no es así, los
agresivos son ellos, porque son ellos los que nos atacan, los que nos matan
con sus políticas".
El pasado miércoles 26, como lo había prometido, Juan marchó con sus
compañeros. Recibió otro disparo. Plomo puro. En la pierna.
En un país apestado de dirigentes y funcionarios de morondanga, Darío
cometió un pecado imperdonable: el de la solidaridad, el de la entrega
absoluta, el despropósito de permanecer hasta último momento junto al cuerpo
malherido de un compañero.
Y la cacería no se detuvo en Avellaneda. No satisfechos con los dos
muertos y las decenas de heridos que hazañosamente habían dejado tendidos
por las calles, la policía bonaerense y las patotas del duhaldismo
continuaron con el aquelarre. Muchos miembros de la Aníbal Verón debieron
escapar de su hogar a las apuradas, temerosos de que, como sucedía en
tiempos de dictadura, los sorprendiera un violento e ilegal allanamiento. Un
miembro del MTD de Glew fue interceptado por un Fiat blanco, desprovisto de
chapa o cualquier tipo de identificación; dos hombres arropados de civil
saltaron del auto, en la garganta del joven desocupado apoyaron el caño de
una pistola, y soltaron la amenaza: "Dejáte de joder o sos boleta, vos y tu
familia". En Solano, Lanús, José C. Paz, Esteban Echeverría y Almirante
Brown, las rondas nocturnas de automóviles con tres, cuatro hombres de
aspecto ramplón en su interior, se tornaron habituales.
A la falta de empleo, al hambre, a la exclusión, nuestros gloriosos
gobernantes han sabido sumarle el terror.
¿Cómo habrá de continuar todo? Difícil saberlo con exactitud, aunque causa
ya un hondo pavor siquiera imaginarlo. Porque los hechos mueven a pensar que
el poder político ha puesto sus ojos en la Aníbal Verón. No toleran tanta
autonomía, tanta independencia.
Manolo Quindimil, intendente de Lanús, suele padecer los efectos de la
obstinada democracia horizontal que caracteriza a los miembros del
MTD-Lanús. Un día, harto ya de ver una cara diferente en cada audiencia, el
viejo Quindimil les dijo: "Por favor, muchachos, estoy viejo, me van a
marear, me van a matar del corazón ¿Por qué no eligen a un representante
fijo y se dejan de embromar?. Todo seria más fácil, ¿no les parece?".
Además de varios heridos, en su corta historia la Coordinadora Aníbal
Verón tiene ya tres muertos. El primero fue Hugo Javier Barrionuevo,
asesinado en la madrugada del 6 de febrero por Jorge Bogado, puntero
político del justicialismo del partido de Ezeiza, durante un corte de ruta
en Esteban Echeverría. Ahora, Darío y Maximiliano.
Si algo he podido observar, no ya en los miembros de la Aníbal Verón,
también en los diversos movimientos y organizaciones autónomos del país que
me recibieron con una generosidad sin límite, es el hartazgo y la
convicción. Son víctimas de una exclusión sin precedentes, y de modo alguno
están dispuestos a bajar los brazos, a sumergirse en la quietud, en la
infeliz contemplación de su propia extinción. El dilema fundamental a
dilucidar, pues, no es quiénes son los piqueteros, sino cómo piensa
reaccionar la sociedad frente a esta realidad incontestable. Las opciones no
son muchas. Acompañarlos en su lucha, que también es la nuestra, o
abandonarlos a su suerte, es decir, arrellanarse cómodamente en un sillón y
a través del televisor asistir, con un dejo de bronca muy progre, a la
cacería final, al definitivo e irremisible naufragio argentino.
Darío Santillán era un tipo testarudo y exigente. Acaso por eso lo
asesinaron de manera impía y cobarde. Porque no hacía más que luchar, con
formidable tenacidad, por un mundo nuevo; un mundo loco e insolente, desde
luego, como el que Nicolás Guillén ha sabido describir en su poema Tengo:
Cuando me veo y toco
yo, Juan sin Nada no más ayer,
y hoy Juan con Todo,
y hoy con todo,
vuelvo los ojos, miro,
me veo y toco
y me pregunto cómo ha podido ser.
Tengo, vamos a ver,
tengo el gusto de andar por mi país,
dueño de cuanto hay en él,
mirando bien de cerca lo que antes
no tuve ni podía tener.
Zafra puedo decir,
monte puedo decir,
ciudad puedo decir,
ejército decir,
ya míos para siempre y tuyos, nuestros,
y un ancho resplandor
de rayo, estrella, flor.
Tengo, vamos a ver,
tengo el gusto de ir
yo, campesino, obrero, gente simple,
tengo el gusto de ir
(es un ejemplo)
a un banco y hablar con el administrador,
no en inglés,
no en señor,
sino decirle compañero como se dice en español.
Tengo, vamos a ver,
que siendo un negro
nadie me puede detener
a la puerta de un dancing o de un bar.
O bien en la carpeta de un hotel
gritarme que no hay pieza,
una mínima pieza y no una pieza colosal,
una pequeña pieza donde yo pueda descansar.
Tengo, vamos a ver,
que no hay guardia rural
que me agarre y me encierre en un cuartel,
ni me arranque y me arroje de mi tierra
al medio del camino real.
Tengo que como tengo la tierra tengo el mar,
no country,
no jailáif,
no tennis y no yatch,
sino de playa en playa y ola en ola,
gigante azul abierto democrático:
en fin, el mar.
Tengo, vamos a ver,
que ya aprendí a leer,
a contar,
tengo que ya aprendí a escribir
y a pensar
y a reír.
Tengo que ya tengo
donde trabajar
y ganar
lo que me tengo que comer.
Tengo, vamos a ver,
tengo lo que tenía que tener.

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