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Deuda Externa. La Desayuda al Desarrollo
Por Gonzalo Nieva - Tuesday, Sep. 17, 2002 at 7:23 AM
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Ante lo que aquí estamos no es un mero crédito, de cuya discusión dependa un mayor o menor alivio financiero, sino que nos encontramos ante un complejo fenómeno de la política internacional del cual depende la propia soberanía de nuestro Estado.

Finalmente se comenzó a discutir en Argentina el tema de nuestra deuda externa. Un tema que durante años fue tabú, ya que se trató por todos los medios de mantenerlo alejado de la opinión pública.
Sin embargo, la discusión de este tema es de vital importancia para nuestro país, puesto que los denominados “servicios de la deuda” constituyen una de las principales causas de nuestra situación económica actual.
Más aún, las alternativas que surjan de esa discusión, serán las que definan el futuro de nuestro país. Puesto que la postura que se tome en este tema no tan sólo incidirá en el campo económico sino también y fundamentalmente en el político. Porque ante lo que aquí estamos no es un mero crédito, de cuya discusión dependa un mayor o menor alivio financiero, sino que nos encontramos ante un complejo fenómeno de la política internacional del cual depende la propia soberanía de nuestro Estado.
Entender la deuda de esa manera, constituye un punto de partida fundamental para emprender cualquier análisis. Porque de lo contrario caeríamos en el error de analizar tan solo una de las caras de un fenómeno bastante complejo.
Es eso lo que ocurre cuando se trata a la deuda desde una perspectiva económico-financiera, y se intenta establecer su legitimidad a través de una metodología sincrónica y analítica que la examine realizando una descomposición de sus diversos elementos.
De este tipo de análisis surgen las posturas que establecen que la deuda fue contraída en su gran mayoría violando principios básicos de contratación del Derecho Internacional; tales como el de legitimación, en el caso del tramo contraído en el proceso militar, entendiéndose que ese gobierno al no haber sido un gobierno constitucional, no fue representante del pueblo, y por lo tanto no pudo haberse obligado en su nombre. O el de respeto de las formas, que fue vulnerado en varios trayectos al no contabilizarse correctamente los ingresos y egresos de la deuda. O el de la causa contractual, vulnerado por el Megacanje al haber aumentado la deuda en u$s 37.000 millones sin causa económica o legal alguna.
Sobre la base de esos diagnósticos se propone discriminar entre lo que sería deuda legítima de lo que sería ilegítima. Proponiendo renegociar la primera e impugnar la segunda. Pero esto no solucionaría el problema porque dejaría siempre un saldo, que tendría que ser renegociado a los mismos intereses que venimos pagando. Porque la tasa de interés es establecida o unilateralmente por los acreedores, o sobre la base de índices como el Riego País, el cual muy distinto a lo que se dice no es establecido por el “mercado”, sino por organismos que son fieles voceros de los mismos acreedores. Entonces por más pequeño que sea el monto que quede a pagar, esté nos llevará nuevamente a caer en un círculo vicioso, como ocurrió en el pasado.
En cambio si se contemplan todos los diferentes aspectos de la deuda poniendo fundamental atención en el contexto en el que esta se desarrolla. Se llegará a comprender que no debe ser analizada tan solo desde el ámbito económico, sino y fundamentalmente desde el político, porque esta no es un mero crédito público entre Estados, sino que constituye una de las principales herramientas de política internacional de los Estados desarrollados. La cual por lo tanto para su correcto entendimiento debe ser abordada desde la Política Internacional, a través de una metodología diacrónica y sintética, que la tome como unidad.
Este tipo de concepción, si bien no ha sido muy difundida en los análisis jurídicos y económicos que se vienen haciendo de la deuda; es base de un excelente artículo de Eduardo Galeano, “La Soga”, en el cual con la simpleza y elocuencia que lo caracteriza ilustra a muchos analistas sobre la verdadera naturaleza de la deuda al decir que: “cuanto más pagamos, más debemos; y cuanto más debemos, menos decidimos”. Esas líneas encierran las dos mayores paradojas de la deuda. Por un lado la económica que hace que a pesar de que se pague religiosamente las cuotas no exista una fecha cierta de cancelación, y por otro la política, que hace que a pesar de que la deuda sea contraída para lograr el crecimiento e independencia de los Estados, produzca todo lo contrario al sumirlos en la pobreza y la dominación.
Esto es así puesto que en razón a los altísimos intereses que se cobran, para poder obtener cuotas “pagables” los plazos deben ser alargados de tal manera, que se vulnera el principio fundamental del interés compuesto que establece que el plazo no debe superar la inversa de la tasa de interés, ya que de lo contrario los montos pasan a incrementarse a escala geométrica, y la suma total se hace impagable. Eso es lo que ocurrió con nuestra deuda, ya que debiendo en la década del ’70 menos de u$s 8.000 millones, pasamos a endeudarnos de tal manera que a pesar que ya desembolsamos más de u$s 200.000 millones, todavía debemos u$s 330.000 millones. O sea, los montos aumentaron 66 veces.
Esto se debe a que la deuda proviene de un sistema de financiamiento, que si bien se teoriza y muestra al mundo como un sistema destinado a reducir las brechas entre los estados e impulsar el desarrollo de los más pobres, busca en realidad todo lo contrario.
Analizando el contexto histórico en el cual fueron creados los organismos multilaterales de crédito y los objetivos que se intentaban alcanzar a nivel internacional en esos momentos, podemos constatar fácilmente esta aseveración, y darnos cuenta que tanto el FMI, como el grupo Banco Mundial, creados en 1944, al igual que la misma Organización de las Naciones Unidas, de 1945, son el resultado de ese nuevo statu quo impuesto con la finalización de la segunda guerra mundial, y por lo tanto resultan organizaciones que tuvieron como objetivo fundamental consolidar y mantener el poder obtenido por las potencias vencedoras, fundamentalmente EE.UU.
Esto, más allá de las elegantes declaraciones de principios que se hicieron al crear dichas organizaciones, queda demostrado con la simple observación de la forma en que fueron repartidas las potestades decisorias, los famosos “poderes de veto”, y mucho más aún con la actuación que vienen desarrollando esos organismos, la cual es encaminada principalmente a la realización de los intereses de sus creadores.
Es de allí, que pensar que el FMI y el Banco Mundial son instituciones destinadas a apoyar el crecimiento de las naciones en desarrollo, resulta totalmente descabellado, ya que si esto se lograra realmente, llevaría a un cambio en el equilibrio de fuerzas, y por lo tanto significaría un potencial peligro al status de los estados preponderantes. Por ello, mucho más lógico es pensar que dichas organizaciones fueron creadas para impedir u obstaculizar el crecimiento de los países subdesarrollados y así mantener el statu quo imperante. Esto luego de ver el resultado obtenido en la mayoría de los países que implementaron los planes de “ayuda al desarrollo”, resulta más que verificado, sobre todo en un país como el nuestro que antes de aplicar esos planes era considerado una de las principales potencias del mundo, y luego de hacerlo cayó en la dominación y la pobreza.
De ahí que la deuda en su totalidad es ilegítima, al ser fruto de la más repugnante hipocresía. Por ello no se debe buscar impugnarla por meras falencias del proceso de contratación sino por la inmoralidad de su objeto. Esto en Derecho Internacional encuadra perfectamente en el principio del dolo como causal de nulidad de los tratados.
La postura más correcta a tomar entonces es desconocer de plano la deuda, y tramitar su nulidad ante la Corte Internacional de Justicia, así como cortar las relaciones con los Organismos Internacionales de los cuales proviene.
Esta alternativa si bien sería fuertemente batallada por los medios de comunicación, a través del establecimiento de ideas falaces como: “no es serio desconocer las deudas contraídas”, “durante décadas vivimos de prestado, ahora debemos devolver”, aceptando de esa manera la inmoralidad y el engaño como válidos. O a través de ideas más elaboradas que partiendo de aceptar que la deuda no es legítima, propongan que la única alternativa que tenemos, como país “periférico” que somos, es no oponernos a los más poderosos, agachar la cabeza y seguir pagando, porque de lo contrario tan sólo lograríamos cosechar represalias y “aislarnos del mundo”. Esto es un verdadero sofisma, porque si bien es cierto que dejar de pagar la deuda ocasionaría la ruptura de relaciones con los organismos internacionales y con Estados Unidos, y que este podría tomar represalias, como embargos, bloqueos económicos, etc., ello no significaría el fin del mundo, sería tan sólo el costo a pagar por la medida tomada, el cual resultaría ínfimo en relación a los beneficios obtenidos.
La idea caótica que se difunde sobre contrariar los mandamientos de EE.UU., y con ello quedar aislados del mundo, es un fantasma mediático al verdadero estilo de “Jones” de la celebre sátira “La Granja de los Animales” de George Orwell. Botswana, por ejemplo, un país mucho más “periférico” que Argentina, decidió, sin ningún miedo a ese fantasma, cortar con el FMI y EE.UU. y con ello no cayó en el caos y la pobreza sino que muy por el contrario logró recuperar su libertad y definir su propio modelo de desarrollo, el cual realmente funcionó ya que se ha convertido gracias a él en uno de los países más ricos de África.
Por otra parte la proyección internacional de nuestro país es una cuestión que no debe preocuparnos demasiado en la actual etapa de nuestro desarrollo económico, ya que en ella lo fundamental es desarrollar y fortificar el mercado interno para recién comenzar a mirar hacia el mundo. Evitando en ese caso amedrentarnos ante el poder o enceguecernos ante el esplendor de las naciones más poderosas, y tratar de buscar relaciones que realmente nos sirvan para algo. Siempre habrán bastantes opciones para ello, ya que seguirían existiendo sobrados países con los que se pueda entablar relaciones, tales como los países de Europa, que a través de una reciente declaración del Parlamento Europeo se mostraron bastante a favor de una posible ruptura entre Argentina y el FMI, o más aún con nuestros hermanos latinoamericanos con quienes tanto tenemos en común y no nos terminamos de integrar.

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