Julio López
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No ALCApitalismo
Por Colectivo Nuevo Proyecto Histórico - Friday, Nov. 21, 2003 at 6:29 AM
nuevproyhist@hotmail.com

Estamos frente, no solo ante una proletarización generalizada, sino ante una sub-proletarización. El límite del capital ya no es la subsistencia del trabajador para que reproduzca su fuerza de trabajo. El límite es la resistencia física pre fordista.

Colectivo: Nuevo Proyecto Histórico (NPH)
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nuevproyhist@hotmail.com

 

No ALCApitalismo

Resúmen del trabajo: De la Guerra imperial a la lucha Anticapitalista

 

 

 1.- La primera crisis universal del posfordismo

2.- La estrategia militar del imperio

3.- La crisis de la política capitalista

4.- Movimiento por la paz y anticapitalismo

 

Como argentinos aprendimos que sin auto-organización y autonomía de los asalariados y desocupados, sin antagonizar al capital-parlamentario desde el contrapoder efectivo y sin la insurrección de las masas en momentos decisivos no podemos vencer.
 
 
1.- La primera crisis universal del posfordismo
 
La única forma de recomponer mundialmente el capital es por intermedio de la intensificación de la explotación de los asalariados, los descubrimientos de nuevas fuerzas productivas, la conquista de nuevos mercados y la destrucción de las fuerzas productivas de otros países. Sea con bancarrotas industriales y comerciales, cracs bursátiles o guerras imperiales.
Si las masas lo permiten, una guerra mundial es la manera más exitosa para recomponer en el menor tiempo posible al capitalismo. Si los pueblos resisten, estaremos ante una larga recesión universal, más quiebras y a la espera de la insubordinación de los oprimidos para revertir el cuadro de situación.
La actual crisis es epocal y mundial. Se acaba una larga onda de acumulación instaurada en los ’80 del siglo pasado. Las cuotas de plusvalor que extrae el capital especulativo de las ganancias del industrial y de la renta agraria toca su límite. Y los cracs financieros son los remedios capitalistas para intentar recomponer el ciclo.
Es al mismo tiempo, la combinatoria de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, un desarrollo posfordista que torna cada vez más costoso el reemplazo del capital fijo, cada nuevo salto tecnológico provoca un ciclo de ganancias más breve, un reemplazo cada vez más corto de la tecnología, una explotación absoluta y relativa más aguda de los asalariados para amortizar las innovaciones y producir mayor plusvalía que resarza la inversión.
Caso contrario, de no producirse un permanente perfeccionamiento tecnocientífico, siempre habrá otros competidores menos desarrollados que sustituyan sus carencias imponiendo condiciones más inhumanas de expoliación a los trabajadores, para así, de este modo, obtener una mayor tasa de ganancia.
Los países del G8 están atravesando la crisis global, no ya del fordismo, sino del posfordismo.
Una a una, van cayendo las conquistas sociales arrancadas en el territorio del capitalismo, de lo contrario, la mano de obra resulta muy costosa y desciende peligrosamente la tasa de plusvalor
Estamos frente, no solo ante una proletarización generalizada, sino ante una sub-proletarización. El límite del capital ya no es la subsistencia del trabajador para que reproduzca su fuerza de trabajo. El límite es la resistencia física pre fordista.
El trabajo infantil, las inmigraciones masivas de asalariados que deambulan por el mundo en busca del sustento diario y las maquiladoras resultan los paradigmas de este patrón.
La Tercermundización ha llegado al primer mundo. Y de las fracciones de la aristocracia de la clase obrera industrial fordista solo quedan despojos, siendo estas reemplazados por la elite laboral posfordista.
El resultado de la reestructuración en curso, que no puede ser completa de producirse la insubordinación popular, es necesariamente más desempleo, para que la masa de asalariados pueda aceptar condiciones cada vez más paupérrimas.
Además estamos ante un límite infranqueable: la inelasticidad del mercado ampliado, crisis de sobreproducción y endeudamiento financiero de los estados salariales.
Históricamente, ante situaciones similares, la respuesta capitalista ha sido la destrucción masiva de las fuerzas productivas. Encarnada en el siglo pasado por las guerras mundiales.
Los gobiernos de los países más poderosos están dispuestos a recurrir a todos lo medios a su alcance para desplazar a sus competidores.
En el posfordismo el desempleo ha superado la categoría de ejército de reserva y se ha tornado crónico y estructural, desestructurante de las viejas economías fordistas, desarticulante del estado árbitro y deslegitimador de la política representativa.
Para el capitalismo la historia se vuelve a tornar inestable y el futuro incierto. De los sectores populares dependerá que no se produzca la reestructuración capitalista necesaria para que sobreviva el sistema.
El imperio ha forzado extraordinariamente los límites de la ley del valor en su forma clásica, y necesita las guerras imperiales para provocar la destrucción de fuerzas productivas y su trabajo vivo, estabilizando el sistema y ganando los mercados que tienen sus competidores. El imperio es una instancia del desarrollo depredador del capitalismo. Reemplaza en su hegemonía cíclica al imperialismo, como antes el colonialismo sustituyó a la libre competencia.
 
2.- La estrategia militar del imperio
 
En el futuro, la resolución pacífica de los conflictos constituirá una tregua entre las guerras imperiales que se avecinan. Para una economía imperial las instituciones electivas configuran, en la actualidad, escollos por su heterogeneidad representativa. No es que necesite cada vez menos poder político, muy por el contrario. Lo que precisa es una política cada vez más concentrada en menos representantes, menos deliberativa, más centralizada en poderes ejecutivos.
El G8 funciona, en los hechos, como un Estado mundial imperial y su capital política y militar es Washington. Se integra, en lo económico, con el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización Mundial de Comercio (OMC) y la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE). En lo político, condensando las decisiones estratégicas en el Consejo de Seguridad de la ONU. Y en lo militar, en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Para recobrar el control político provocado por el descalabro ecológico, los contingentes migratorios y una desocupación inédita para el capitalismo, la hiperclase debe recurrir, como en toda la historia del capitalismo, al poder político de sus Estados. Si bien el capital imperial en su conjunto disciplina a las sociedades por intermedio de la dependencia financiera que genera, necesita de un poder político que, en la actualidad, está a mitad de camino entre: la mayor nación imperial, los EE.UU., y un fortalecido gobierno mundial que vislumbra para el futuro. Un régimen político que necesariamente desembocará en:
a.- Disputas entre naciones dominantes.
b.- Conflictos entre los gobiernos globalizadores y sublevaciones en el interior de sus países.
Al imperio, en su desarrollo económico, incluso le estorban la división del mundo en naciones de la manera en que fueron concebidas en los albores del capitalismo. Construye regiones y bloques donde ubica a un país imperial en su conducción. Pero, a su vez, sabe que su lógica económica precisará de gobiernos que disciplinen a sus pueblos. Por lo tanto, se establece un doble juego de soberanías.
Las naciones imperiales carecen cada vez más de poder económico para controlar el ciclo imperial. Pero al mismo tiempo la hiperclase capitalista precisa que sus gobiernos posean más poder político, pacífico o militar, con el objeto de garantizar la continuidad de la economía imperial. Necesita arribar a un gobierno mundial con poder político concentrado, tecnoburocrático y con capacidad militar universal. Legitimado por el G8 y actuando como agente coactivo de los pueblos indóciles, o como gendarme imperial global.
La economía imperial se ha internacionalizado de manera extrema, al mismo tiempo que se concentra en pocas naciones y megacorporaciones.
La ganancia imperial está en un dilema. Posee los instrumentos -el dinero virtual- para desarrollarse sin producir ocupación pero, sin trabajo humano, perece. Ante esta paradoja, el G8 actúa como su guardián ante la oposición que se desplegará producto de un modelo excluyente y expoliador. La dicotomía es clara:
a.- O la humanidad se somete a su funcionamiento y entonces el paradigma se estabiliza.
b.- O las mayorías se rebelan y entonces los gendarmes del imperio tienen que actuar.
En ambos casos y, aun en momentos de crecimiento económico, las mayorías no obtienen sustanciales beneficios. Mientras que la hiperclase goza de su renta cuando el ciclo está en su momento dominante y la defiende a ultranza en los períodos de crisis.
Ante la declinación de la onda expansiva, intentará recuperar sus ganancias. Los poderosos prefieren los medios pacíficos para que su consenso ideológico no sea herido estratégicamente. Ya que no se puede estabilizar el dominio de un sistema que se base permanentemente en la coacción. Pero ante un cuestionamiento integral de la economía capitalista, no descarta recuperar su liderazgo, intrínseco a su actual desarrollo, por medios militares. En la actualidad el matrimonio entre el mercado y la democracia delegativa se aproxima a una disyuntiva antagónica.
Para que subsista la hiperclase capitalista en un escenario de rebeliones globales no podrá haber democracia como hoy se la practica. Y si hay una democracia libertaria, igualitaria y fraternal, no habrá hiperclase.
En épocas de desocupación de masas como en los años ’30 del siglo pasado el capitalismo recurrió a recetas Keynesianas. En la actualidad, ante las resistencias mundiales, si el imperio quisiera recurrir a estos mecanismos, se encontraría ante la siguiente disyuntiva:
a.- Si promueve mayor empleo para estabilizar su dominación política, retrocediendo la rueda de la historia por intermedio de un modelo extinto fordista, atascaría el funcionamiento de la actual economía posfordista.
b.- El extremo opuesto, es huir hacia delante, profundizando su funcionamiento. Esto agudizará las luchas populares. Para contenerlas el poder adoptará formas que conjuguen modos autoritarios al interior de las democracias parlamentarias del G8. Y subordinará a los gobiernos capitalistas periféricos donde se sentirá con mayor fuerza el recorte de las libertades civiles. Estaremos ante una confrontación por un largo período. Donde se producirá el despliegue bélico convencional además de la implementación, al estilo de los gobiernos dictatoriales, de métodos de eliminación abierta o clandestina de los oponentes.
No se ha podido comprobar fehacientemente quién o quiénes cometieron los atentados del 11 de septiembre de 2001. En lo inmediato, afirmamos, que la fracción que saldrá beneficiada en el bloque dominante de los Estados Unidos, es el complejo que hasta los ’80 del siglo XX se calificaba como industrial militar y, hoy, se denomina tecnocientífico armamentista o industrial tecnológico militar.
Este sector actuará en lo económico en dos niveles:
a.- Como soporte y herramienta guerrera que garantice el dominio capitalista y reaseguro de la globalización en su plano nacional y planetario. Anticipándose así en tomar, por medios militares, el control de una depresión económica estadounidense y del G 8 que se avecinaba. Que al desarrollarse en los tres grandes bloques de la nueva economía imperial, EE.UU., Europa y Japón, provocaría la agudización de la lucha del movimiento antiglobalización.
Por su impacto en las naciones desarrolladas y su correlato en la degradación de las economías globalizadas-dependientes, estimulará el descontento planetario, incorporando a nuevos países y actores que se mantenían al margen de la movilización y que, ante la primera crisis universal del nuevo orden pos guerra fría, comenzaría a experimentar el resquebrajamiento y desequilibrio de su marco filosófico, sus premisas ideológicas y su identidad sistémica.
Encontrándose, entonces, el G8 ante la posibilidad de que las multitudes se transformaran en aliados de los combatientes anticapitalistas, en lugar de soporte de su imperio.
b.- El bloque tecnocientífico armamentista norteamericano dirimirá su competencia con el resto de las fracciones de poder por las ganancias locales y los beneficios que se apropian las empresas de los Estados Unidos en su propio país y en el mundo entero.
Debemos ubicar lo acontecido en su etapa histórica. Vivimos un sistema-mundo unipolar. Donde el capitalismo es el conductor universal de la humanidad.
Estamos en presencia de la primera guerra mundial del nuevo orden imperial.
Las guerras son inherentes al funcionamiento del modelo capitalista imperial. En lo económico, actúan malthusianamente como grandes destructoras de fuerzas productivas para restablecer su equilibrio a costa del desempleo, la pobreza y la muerte. En lo político, procuran restablecer la hegemonía en conflicto. En el presente ciclo globalizador, los EE.UU., persiguen vencer en esta disputa para fortalecer su conducción política y mantener su preponderancia económica.
Hay dos roles fundamentales que desarrollarán los gobiernos latinoamericanos subalternos a los Estados Unidos. El primero es el pago de la deuda externa, que funciona como tributo imperial para mantener estable al conjunto de la economía planetaria.
Al mismo tiempo, significa el fundamento ganancial de las clases dominantes latinoamericanas. Porque no hay que olvidar que el sistema capitalista posfordista, y su inherente corelato financiero o economía imperial, posee escala planetaria. Resultando tendencialmente, también, el patrón dominante para el conjunto del continente americano.
Debido a ello, es que no hay en Argentina, como en el pasado, burguesías nacionales, que surgieron en el siglo XIX como consecuencia del enfrentamiento a las naciones colonialistas, para obtener su lugar en los mercados del planeta. Cada clase dominante, subsumida en el modo económico imperial, somete a cada uno de sus pueblos pero, a su vez, resultan hegemonizadas por las clases imperiales más poderosas del planeta.
El segundo papel que desempeñarán los gobiernos aliados a los Estados Unidos será el de gendarme de sus fronteras. Efectuando inteligencia sobre sus ciudadanos, impidiendo el desarrollo de las fuerzas revolucionarias en la región, criminalizando los conflictos sociales y ahogando la lucha anticapitalista. Pago de la deuda y policía interior, ejemplos típicos del pasado accionar de una colonia, recreados en la era del imperio.
EE.UU. acelera políticamente la inclusión de América Latina en El ALCA (Area de Libre Comercio de las Américas). Expresión ampliada y continental del NAFTA (Tratado de Libre Comercio de América del Norte).
Los Estados Unidos, utilizando su poder, coaccionará a los dóciles gobiernos intentando provocar la anexión de todo el continente. Sin el ALCA Estados Unidos condenaría a su complejo industrial y comercial, lo que le provocaría enormes tensiones en el interior de su país.
Es su salvaguarda para ganar mercados para su economía real. Desde el punto de vista geopolítico, la unidad económica profundizará el vasallaje político, procurando establecer un escenario continental disciplinado para enfrentar las futuras luchas anticapitalistas que recorrerán América y el mundo en el siglo XXI.
El ALCA tiene una doble utilidad para Norteamérica. Será una nueva región en la que tendrá el poder de negociación con los otros bloques del planeta. Y constituirá un mercado ampliado de los flujos financieros, industriales y comerciales para los dos frentes del imperio occidental en crisis: el de EE.UU. y el de Europa. Además, al contar con países que poseen puertos con salida al Océano Pacífico, dinamizará y estabilizará por un tiempo la economía en crisis del conductor del frente oriental del imperio: Japón.
Desde que el capitalismo se ha monopolizado y financierizado, la megaclase imperial reconoce que su batalla es por ganar tiempo. Afronta un combate en dos niveles. Al interior del G8, dirimiendo sus pujas imperiales. Y contra el resto del planeta, entablando una guerra comercial -a veces diplomática, otras militar, pero siempre más ó menos violenta- por mantener el control de sus mercados.
 
3.- La crisis de la política capitalista
 
Hasta fines del siglo XX, el G8 utilizó el régimen parlamentario como paradigma político hegemónico. Al comienzo del siglo XXI su modelo político se desliza a nuevas formas de autoritarismo. Estas formas tiránicas tienen su origen en el fascismo del siglo XX, pero los modelos del siglo XXI, tendrán semejanza con el pasado y originalidades típicas de la coyuntura que tenga que atravesar el imperio ante la insumisión que ofrezcan los pueblos.
El capitalismo ha sido una construcción humana. Hombres, estados y clases sociales lo han modelado. Y su supervivencia se basará en las instituciones y herramientas que adopten, la nueva elite, en su conflicto con las masas mundiales.
Sus contradicciones internas resultan abrumadoras. Económicamente, su modo de desarrollo, está inherentemente herido. Vemos su deterioro, en que, por primera vez, su dinámica ontológica no puede dar una respuesta -ni siquiera para la sobrevida- a la mayoría de la humanidad.
Para desarrollarse durante el ciclo fordista el sistema necesitaba, no sólo la reproducción de su fuerza de trabajo, sino también otorgarle capacidad de consumo a las mayorías, provocando la compra masiva de mercancías, instaurando así un consumo de masas, como patrón dominante del modelo industrial. Esto, a su vez, le otorgó consenso social al capitalismo. En la actualidad el patrón imperial puede, económicamente, perpetuarse descartando a dos tercios del planeta.
El modo de evitar las calamidades que se avecinan, es enfrentarlo con un reforzado movimiento anticapitalista, dirimiendo en beneficio de las mayorías sociales que componen la humanidad, un nuevo paradigma civilizatorio.
Los Estados Unidos de Norte Amércia para mantener su hegemonía económica y político-militar, desplegará una política exterior que la deslegitimará ante la mayoría de la humanidad. Sus operaciones confrontarán con su discurso por la paz, la vida y el respeto por los derechos universales. Y sus prácticas se asemejarán a la de un Estado absolutista.
Esta guerra imperial intentará sofocar la descomposición del sistema-mundo actual. Es el corolario de un paradigma universal llevado hasta las últimas consecuencias. Que no conforme con someter a la expoliación, desterrar a la miseria a la mayoría de los habitantes del planeta y poner a la tierra en el límite del colapso ecológico, ubica a los humanos al borde del fin de la especie.
Esta es la primera guerra global del nuevo orden pos guerra fría.
Los combates no tendrán la forma de un despliegue simultáneo como aconteció en las dos guerras mundiales del siglo XX sino que, será una larga contienda de carácter represivo y preventivo -para restablecer o mantener el dominio imperial- antes que sea puesto en cuestión de manera integral.
El comienzo de su ofensiva no se desenvolverá de manera sincrónica sino que, la multiplicidad de objetivos que debe combatir, la tornarán sucesiva y escalonadamente ejecutada.
Sus iniciativas tendrán un carácter múltiple: a) previamente planificados en función de los adversarios que ya tiene visualizados el G8 como desestabilizantes y b) con procedimientos espasmódicos, allí donde las crisis repentinas e inesperadas pongan en peligro al sistema capitalista.
No está el bien de un lado y el mal del otro. En todo caso, de un lado está Norteamérica, un puñado de gobiernos globalizadores y las elites gobernantes de la mayoría del planeta. No libres, por cierto, de contradicciones internas.
Del otro lado, se ubican, las dos terceras partes del planeta. Una multitud compuesta por los luchadores actuales y potenciales de los países centrales, los trabajadores y desocupados de los países periféricos y los pueblos oprimidos semicoloniales de Africa, América y medio oriente.
Estamos ante los inicios de un nuevo tipo de tercera guerra mundial. Los aliados extra OTAN, serán difíciles de sumar. Los enemigos de EE.UU. no serán únicamente estados y ejércitos regulares. Sino que también estigmatizarán y perseguirán: guerrillas, etnias, movimientos sociales anticapitalistas, religiones contestatarias y partidos políticos antisistémicos.
Hoy, el enemigo es Irak. Ayer, fueron Afganistán, los Balcanes, Sudán, Libia, Irán, El Salvador, Granada, Nicaragua, Cuba, Vietnam, Santo Domingo, Honduras y Chile. Y mañana, pueden ser los gobiernos insumisos, movimientos sociales rebeldes y los combatientes de Colombia o Palestina, Bielorusia ó Somalia, Paquistán o Sri Lanka, Siria o Venezuela, Corea del Norte o Brasil, Yemen o Argelia, Burkina Faso o Argentina.
De no mediar resistencias que superen el mero pacifismo, no deberá asombrarnos ver mutar a los estados parlamentarios, que despuntarán su tarea recortando derechos civiles y terminarán blandiendo métodos de terrorismo de Estado. Percibiendo un enemigo interno y extranjero en todo aquél que no respalde sus objetivos.
La guerra imperial es la transformación de la política capitalista por otros medios. O su correlato: una nueva política internacional vigilante, opresiva, excluyente y xenófoba como la guerra por otros medios.
Ante la guerra y, de triunfar los Estados parlamentarios devenidos policiales, se vivirá bajo sospecha. La inteligencia y contrainteligencia sobre la población se profundizará. Las multitudes anticapitalistas se ubicarán como potenciales blancos del imperio. Desaparecerá la vida privada. Se militarizará la vida cotidiana. La lógica bélica dominará la razón. Se marchitará la riqueza multicultural y política, transformando a la tierra, por su fanatismo chauvinista y racista, en un paraje tenebroso.
Se temerá al prójimo. Proliferarán las patologías paranoicas y destructivas. Millones se recostarán en el tedio. Reinará el egoísmo. Cada vecino será un hipotético enemigo. El futuro será hostil. El amor será una quimera. Lo efímero marcará la condición de las relaciones humanas. La reproducción de la especie, se pondrá en entredicho.
Se fascistizará el discurso. Todo funcionará con una lógica aniquiladora. De ser necesario, para la clase capitalista, confluirá la utilización del territorio Norteamericano, no sólo como capital económica del imperio, sino que su gobierno también desempeñará el papel de gendarme universal. Exterminando el derecho internacional, subordinando a la ONU y autonomizándose aun de la OTAN, o, en el mejor de los casos, sometiéndolos a sus intereses.
El éxito militar y el control policial más completo de los EE.UU., redundarán en la derrota más profunda de la democracia liberal en el campo ideológico. Cuanto más combata -segregue, demonice y extermine al adversario-, más se agigantará la distancia entre el triunfo bélico y su derrota cultural y política.
 
4.- Movimiento por la paz y anticapitalismo
 
La actual contienda mundial será el comienzo de un dominio y custodia despótico del orden capitalista. Con una permanente y larga cadena de conflictos nacionales, regionales y globales.
Del nuevo mapa de dominación posguerra iraquí re-surgirá nuevamente y, con más fuerza, un sujeto político profundamente anticapitalista.
El imperio no podrá exhibir, como a mitad del siglo XX, un fascismo vencido, sino una civilización democrática imperial en ruinas, con un capitalismo que gobernará con puño de hierro. Transformándose, de este modo, en una victoria paradojal, debido a que, los que fueron en el pasado países capitalistas que lograron el apoyo popular con modelos económicamente Keynesianos, serán naciones más cercanas a un capitalismo de estado imperial con fachada democrática. De este modo, el imperio gana tiempo de sobrevivencia a costa de descender a un modelo reforzadamente asesino y expoliador, que lo hará cuestionable en todos sus frentes.
El fin de la segunda guerra mundial del siglo XX permitió que, en nombre de la libertad, la paz y el mercado, se estableciera un patrón de dominio consensuado entre el capital y el trabajo. La actual guerra cierra ese ciclo de dominación. Pero abre otro de cuya lógica sólo se perpetuará la razón de mercado y, por lo tanto, no aportará garantías para un nuevo equilibrio entre libertades, capitalismo y democracia burguesa.
En un primer momento, la táctica del movimiento antiglobalización contra la guerra será un gran frente social por la paz.
Concomitantemente, deberá sobrepasar su carácter de fuerza pacifista y dimensionarse como el contendiente más esclarecido y decidido en la lucha antisistémica, desarrollando, con mayor precisión y profundidad, una contundente lucha militante y cultural que vincule capacidad movilizante, contrapoder efectivo y propuestas económicas contrahegemónicas globales.
Mientras haya capitalismo habrá guerras. Por lo tanto, entendemos a la lucha por la paz, inscripta en la estrategia de la lucha anticapitalista.
En la actual contienda, como en el futuro, los adversarios del G8 provendrán de los países que luchen por su independencia del nuevo orden; de las naciones que le disputen la hegemonía al imperio; de las sociedades que ambicionen la profundización de la democracia; hasta los movimientos y clases antisistémicas que combaten por su emancipación económica y política.
Serán también sus adversarios un enorme colectivo de naciones y actores étnicos, religiosos, políticos y sociales. Compuesto por los países herederos del colonialismo no alineados con la OTAN. Los Estados islámicos independientes. La república Popular China perfilándose como la nación más preparada para rivalizar por el predominio imperial. Las multitudes latinoamericanos que resistan su ingreso al ALCA. Los ecologistas que reclamen la aplicación de los acuerdos de Kioto. Los luchadores de los derechos humanos que imploran por la aplicación del Tribunal Penal Internacional. La mitad del planeta desheredado que vive con dos dólares diarios. Las mujeres y los niños explotados en las fábricas imperiales padeciendo las condiciones laborales del siglo XIX. Y los habitantes de los países centrales que no quieren una vida alienada, vigilada, cosificada y sin sentido.
Pero a su vez, no cejará la competencia entre los Estados miembros del G8 al interior de sus respectivos bloques hegemónicos.
Como es el caso de Japón y su expansión en la cuenca del Pacífico y La Unión Europea confrontando con los EE.UU. por los mercados del continente americano.
Las dos terceras partes del planeta resultan excluidas del esquema de desarrollo del grupo de los ocho. Era previsible que surgieran y vayan a surgir cada vez más países, ideologías, culturas, pueblos y clases sociales que enfrenten al capitalismo. Resultando una crónica anunciada la radicalización de la lucha ante la opresión y el desprecio del poder.
De triunfar los Estados Unidos, en la actual ofensiva militar mundial, la tiranía globalizadora se impondrá. De ser así, se instaurará un nuevo ciclo capitalista portador de desigualdades sociales extremas, la barbarie le habrá ganado la batalla a la vida y la lucha antiglobalización soportará un profundo retroceso.
Es por ello, que la única manera de evitar una catástrofe mundial, es profundizando la lucha anticapitalista.
La vía comunicativa por excelencia de los rebeldes al dominio imperial, es la Internet. Esta herramienta será cada vez más controlada. Pero el crecimiento geométrico de la red hace imposible su sometimiento por parte del poder. Comenzará una carrera infinita por su control y menor libertad en el ciberespacio. Esto llevará a crear inteligencia y contrainteligencia permanente entre los poderosos y las mayorías universales. En el caso de estar a las puertas de un conflicto antisistémico mundial con posibilidades de éxito, no hay que descartar que el imperio desactive la red, temporariamente, para desarticular la comunicación de los insumisos en tiempo real. Por esto, previendo este peligro, el movimiento antiglobalización debe poseer una red de redes sustituta para subsanar su aislamiento comunicacional. El imperio ya cuenta con otra Internet de tercera generación que recobra el sentido de la primera y que fue imaginada como medio de comunicación que sería puesta en funcionamiento luego de una guerra nuclear. Pues bien, la amenaza que más teme el imperio es la que desatará la humanidad queriendo romper sus cadenas. No resulta extraño esperar, por lo tanto, que Internet asuma su función bélica.
Los próximos enfrentamientos contra el capitalismo deberán poseer características universales. El movimiento global de resistencia precisa desembocar en una alianza internacional de los oprimidos.
En su punto decisivo la lucha antiglobalización del siglo XXI desarrollará su fuerza, no sólo desde su capacidad confrontativa, sino por su carácter propositivo universal. Estaremos ante dos grandes bloques contendientes: a) En un extremo se ubicarán los gobiernos capitalistas y sus circunstanciales aliados y b) Confrontándolos, polarmente, las fuerzas anticapitalistas experimentadas tras largos años de combate contra el imperio.
El sujeto universal a autonomizarse estará integrado por: Movimientos sociales autonomistas, partidos políticos y colectivos anticapitalistas. Los obreros y desocupados insubordinados, capas medias asalariadas pauperizadas, campesinos arruinados, pueblos indígenas, intelectuales y artistas comprometidos con el cambio, la pequeña burguesía jacobina, los movimientos por la paz y la justicia planetaria, minorías étnicas y sexuales perseguidas, religiosos humanistas y los ecologistas. Estos actores comportarán para el imperio, el gran ejército civil a vencer.
La hora ha llegado. No se puede ser neutral. El movimiento antiglobalización y los luchadores por la paz no deberán quedar prisioneros por el estupor que provoca la barbarie criminal. No hay espacio para la pasividad. Pero tampoco para insubstanciales pacifismos. Se necesita luchar por la paz, contra el imperio capitalista y por la revolución autogestiva, autoorganizada y universal.
Justicia infinita es el reverso discursivo que utiliza el imperio para justificar la matanza, persecución y violación de las conquistas que lograron los oprimidos en los dos últimos siglos, enseñoríándose con la guerra los poderosos y sometiendo la resistencia universal a su voluntad. La ley, en la actual ofensiva militar del capital, resulta exclusivamente una prerrogativa del poder dominante, vale decir, la sumisión del planeta a sus designios.
Presenciamos el despliegue bélico, como otrora fueran las armadas coloniales y los ejércitos imperialistas, diseminándose por el planeta para retomar el control global del sistema. Pero como el imperio está recorrido en su conjunto por la inestabilidad, sus objetivos son tan vastos que pueden abarcar desde Irak a Colombia, de Somalia a Malasia, de Cuba a Irán, de Libia a la triple frontera Brasileña-Argentina-Paraguaya, de Corea del Norte a Sudán, de Bolivia al sureste mexicano.
Ante este escenario se desenvuelve la guerra detrás de la guerra, que los argentinos conocimos, con el cínico nombre de guerra sucia. Se presentarán a la orden del día las acciones de inteligencia, el sabotaje y las ejecuciones paramilitares de los opositores. Si no se produce una respuesta contundente de las sociedades mundiales en rechazo a la contienda, y la guerra se prolonga, la avanzada imperial apelará a mecanismos aún más homicidas y clandestinos.
En guerra, para el imperio, humanidad es sinónimo de opinión pública. Las noticias son herramientas de la inteligencia militar y las teleplateas objetos a manipular. Para difundir por sus cadenas televisivas el temor y ganar el respaldo a su causa, el atajo es difundir en las audiencias planetarias el mismo terror en el que está imbuido los Estados Unidos. Para que el pánico sea equiparable, no basta con mostrar a las víctimas norteamericanas que provocó el atentado del 11 de septiembre. Hace falta proceder con actos que golpeen a otras naciones, produciéndose una identificación entre los cuerpos sociales agredidos. De este modo, en comunidades desprevenidas, crédulas o vacilantes, los ataques clandestinos efectuados por el imperio, provocarían la caída de sus defensas antibelicistas, con el consecuente disciplinamiento de sus sociedades.
Resulta vital alertar a la humanidad de este proceder por parte de los poderosos. Para no asombrarse, como algunos lo hicieron más de dos décadas después, al comprobar la participación de Norteamérica en el golpe de Estado al gobierno de Salvador Allende en Chile y su respaldo a las dictaduras que ensangrentaron América Latina durante los ’70. Todas ellas patrocinadas, financiadas y defendidas por los E.E.UU.
Entre los EE.UU. y su circunstancial enemigo, habrá un tercer actor decisivo. Que de triunfar, cambiará el rumbo de la guerra, de la historia y de la civilización. Una coalición de intereses, afectos y principios propios de estos tiempos. Este colectivo estará formado por:
a.- Colectivos anticoloniales y anticapitalistas que se sumarán a la lucha contra el sistema imperial global.
b.- Organizaciones políticas y clases sociales antisitémicas que serán contrarias a sus propios gobiernos.
c.- El movimiento antiglobalización, o movimientos de movimientos, que posee características complejas y heterogéneas pero que ha entendido, desde su inicio, que su gesta abarca un sentido universal. Su actuación será local y mundial. Y tendrá en su lucha por la paz, el mejor vehículo para mostrar al mundo la barbarie a la que nos lleva el capitalismo. Precisando trasformar su camino autónomo en un proyecto global antagonista, sepultando las relaciones sociales, económicas y políticas que hasta el presente logró la humanidad.
 
Antagonizar al capitalismo.
Autonomía de la multitud.
Fraternidad de los oprimidos.
 
Colectivo: Nuevo Proyecto Histórico (NPH).-
 
21 de noviembre de 2003
 
 
 
 
 
 

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