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Bolivia: el pueblo de los niños de oro
Por re ((ivpress)) - Thursday, Oct. 02, 2003 at 4:45 PM

En Chuquini y Chima, dos poblaciones auríferas ubicadas en la región de Tipuani, en el departamento de La Paz, casi 1400 niños despiden entre sus sudores el olor acre del metal desde que nacieron, con una fuerte dosis de la inyección de mercuricidio que, a punta de temblores, neuralgias, paresias y ataxia, esfuerzan sus manos y cucharas para lograrse chispitas de vida amarilla y pálida.

Alonso Contreras Baspineiro (econoticiasbolivia.com)

La Paz, octubre 2002.- Chuquini y Chima, pueblos que escarban oro y acumulan miseria -en la región de Tipuani, La Paz-, son los escenarios de una de las formas de explotación laboral infantil más inhumana: la barranquilla.
Es un trabajo artesanal que consiste básicamente en el lavado de oro en las orillas de los ríos o en los desechos de las operaciones de concentración del mineral de las cooperativas mineras.

De unas 450 familias barranquilleras que laboran en ambas comunidades auríferas, hay 1.398 menores comprendidos entre 5 y 16 años que se dedican a esta actividad; el 40 por ciento son niñas, en una proporción alarmante quedan atrapadas en esta ocupación hasta adultas, igual que las palliris (rescatadoras de mineral) de las minas de Oruro y Potosí.

Llama la atención que el 70 por ciento de los niños barranquilleros tienen al padre a su lado. "Es que si no trabajamos todos en mi familia lo que gano como minero voluntario no alcanza ni para comer", dice entre avergonzado y consternado un papá de Chuquini, que no tendría porqué estarlo considerando que en Bolivia, por la crisis económica, los desfalcos escandalosos a los bienes del Estado y un criminal desempleo que no termina ni con la promesa de empleos y más empleos del actual gobierno, el trabajo en clanes familiares es el padrenuestro diario.

La barranquilla, que es sucedánea de la explotación tradicional del oro, se practica desde el mismo establecimiento de los centros mineros en la región de Tipuani. Primero por la Compañía Aramayo Mines, posteriormente por cooperativas mineras que, en su momento de auge, concentraron sobrepoblación de mano de obra.

La baja del precio del oro en el mercado internacional ha determinado que en la actualidad muchas cooperativas cierren operaciones y, paralelamente, se ha incrementado el número de mamás barranquilleras y niños barranquilleros que, ante la cesación del padre de familia o el escaso ingreso económico de éste, se han visto inmersos en esta actividad que de un tajo y a destajo ha decidido que su presente y su futuro se asienten sobre la onza troy del descalabro económico mundial.

Tiempos de auge, vientos sin cauce. Los buscadores de oro proliferaron en la medida en que la noticia de un El Dorado, en el norte paceño, se ofrecía a cualquier aventurero para un enriquecimiento rápido. La relocalización minera de Comibol, en 1985, contribuyó con un contingente importante de mineros que -sin conocer otro oficio que el de olfatear la veta- se asentaron en esos inhóspitos lares de Larecaja tropical, y a los que se llega luego de un viaje inverosímil por la "carretera de la muerte", como se ha bautizado al camino que transita por los Yungas paceños.

copas de oro y niños famélicos

Chuquini -que debe su nombre al "chuqui", abundante árbol de la zona- se vio pronto invadida por una legión de buscadores de oro. En 1994, la comunidad que actualmente no sobrepasa los 2.500 habitantes, llegó a cobijar a casi ¡diez mil!

En el sopor de esa pequeña población semitropical, la gente se apretujaba en los socavones de oro como topos enceguecidos por la codicia, y en las horas de descanso se paseaba por su única avenida codo con codo (y hasta doblar el codo en la calle del Pecado atiborrada de cantinas). Se eternizaron huellas extrañas en sus calles de arcilla roja y se multiplicaron los negocios: tiendas de abarrotes donde el arroz y el azúcar se vendían a precio de oro, también las transacciones comerciales en oro puro en las innumerables tiendas de compra y venta del metal; llegaron importantes valores del balompié nacional, entre los cuales el "Chocolatín" Castillo, Gariazú, Fontana, a dar partidos de exhibición que eran compensados también en oro de alta ley, y se organizaron campeonatos del más popular de los deportes que eran jugados "a muerte", y no era para menos considerando que el trofeo para el vencedor era una copa de oro macizo, "mejor aun que la Copa FIFA", en versión de un orgulloso chuquinense.

Una buena porción del oro que hizo florecer negocios de Chuquini ha sido extraída por los pequeños barranquilleros. Incluso la gran ciudad se ha nutrido de este esfuerzo. No son pocos los empresarios mineros que han construido en La Paz casas, tiendas y factorías con ese oro.

En Chima la historia es casi calcada: sus múltiples calles, callejuelas, callejones que constituyen un laberinto para el que recién se interna por ellas, se prodigaron en esa época de auge del metal precioso en historias y hasta en leyendas entretejidas por una amalgama impensable de oro y sentimientos. Se hicieron generosos los vientres maternos, creció incontenible el aluvión de familias dedicadas a la extracción del oro, y un enjambre de niños barranquilleros sentó sus reales en las orillas de los ríos y en los relaves circundantes a las minas.

Los pequeños buscadores de oro, batea en mano, una pequeña punta (cincel), una cuchara cualquiera, la infaltable sajraña (escobilla rústica) para barrer con las impurezas y un neumático -a modo de bote- para pasar al otro lado del río "que se llevó a más de uno" -esta vez en versión de un consternado chimeño- trabajan de sol a sol, en trágica ofrenda de su niñez al dios rubio.

En cada jornada consiguen recoger unas cien chispitas de oro, que unidas por la amalgamación con mercurio conforman un "palito" (la décima parte de un gramo). Perdiendo el zapato, los que lo tienen, van a dejar su tesoro a la tienda de rescate más próxima, donde les pagan unos cinco bolivianos (menos de un dólar) por esa partícula de mineral que tiene el tamaño de un arroz quebrado.

Su ganancia generalmente sirve para llenar la olla de su depauperada familia y ocasionalmente para satisfacer gustitos de infante, como tomarse un helado que mitigue el infernal calor del monte.

modernos pequeños mitayos

En los albores del siglo XXI es cosa común, en Chima como en Chuquini, el ver a familias enteras sumergidas con el agua a la cintura y el torso expuesto al sol en busca de una chispita de oro. Los barranquilleros más chiquitos comienzan a sentir el olor acre del metal prácticamente desde que nacen. Prendidos a la espalda de sus madres en el aguayo que les transporta hasta las orillas de los caudalosos ríos y a los desmontes de los socavones, se consustancian con esa actividad que nunca más les será indiferente.

Juegan, comen y duermen la siesta en torno a ese pequeño espacio de producción y cuando ya tienen cuatro o cinco años comienzan a juntar sus primeros palitos. A los siete ya son eximios barranquilleros y, en proporción alarmante, abandonan o descuidan sus estudios escolares para dedicarse exclusivamente a la actividad aurífera. Su sacrificio no es compensado en absoluto, porque el oro que rescatan nunca refulge para ellos sino para los rescatiris, que sin esfuerzo aquilatan sus negocios.

Cuando cumplen los 15 años, prácticamente están inmersos en esa cruel "explotación" que alimenta la historia boliviana del mitayaje y el coloniaje económico.

una cuchara de enfermedades

El modo de extraer el oro es bastante rudimentario: en las canaletas que construyen en la margen del río se sedimenta la arena que contiene las partículas que recolectan. En una batea de madera de mara -un poco más grande que un plato común- recogen una porción de tierra humedecida y con movimientos acompasados la hacen bailar en sus manos, por su peso el mineral se asienta en el fondo, y con la ayuda de la sajraña barren todas las impurezas hasta que asoma el brillo característico que cobra consistencia con la ayuda del mercurio que los barranquilleros usan para amalgamar el oro.
La manipulación del mercurio es bastante inapropiada. Los niños y también sus padres desconocen los peligros a que están expuestos al entrar en contacto con esta sustancia tóxica y son comunes, en exposiciones intensas, las afecciones bucales, renales, respiratorias y gastrointestinales por su mal uso. No menos generalizadas y nocivas, en exposiciones prolongadas al mercurio, son los síntomas neurológicos como temblores, neuralgias (dolor continuo de nervios), paresias (parálisis muscular) y ataxia (perturbaciones del sistema nervioso); además de otros problemas psicológicos tales como irritabilidad, excitabilidad, insomnio, depresión, falta de concentración y alteraciones de la memoria.

Es el drama del social del mercuricidio. "Mi esposo no sabía que el mercurio produce cáncer de hígado, él comía con la misma cuchara con que mezclaba el mercurio; de la noche a la mañana se puso bien amarillo, se volvió casi calaverita (enflaqueció), y se murió dejándome sola con todos mis hijos".

Pero no es este el único calvario por el que tienen que atravesar los barranquilleros si quieren sobrevivir. Un rosario de calamidades se cierne diariamente junto a la tierra mineralizada para convertir a los niños en víctimas de la crecida de los ríos y el derrumbe de las minas.

Y es que los niños de oro no laboran exclusivamente en este oficio, son además "mandaderos" que a diario se adentran en la boca hambrienta de los socavones. Recorren distancias exacerbantes para llevar la comida y el agua de los mineros adultos a cambio de un poco de tierra mineralizada. Muchas veces su única recompensa es el cielo. "Era uno de los gemelitos, entró a la mina y la criba de tres vagones lo enterró por completo. Recién después de tres días pude sacarle con la ayuda de los cooperativistas para darle cristiana sepultura. A la semana se murió el otro gemelo por la pena de su hermanito". Han pasado ya algunos años de este accidente pero nadie consuela a la joven madre de Chuquini, como nadie consuela a la madre de Chima que vio cómo su hijo era arrastrado por el torrentoso río cuando estaba pasando al frente "para juntarse unos palitos para su uniforme de agosto".

felices en la desgracia

Estos testimonios son duros de asimilar, por eso cuesta creer que los barranquilleros hayan construido su felicidad en situaciones tan adversas.

Sin embargo, un corte de cabello al estilo Ronaldo -el goleador de Brasil- y las gambetas con que a diario desubican a la pobreza y el hambre, en sus partidos jugados a media calle, es el indicio de que la carita risueña de los niños de oro no es un señuelo.

Sí, los pequeños mitayos visten harapos, pero rebozan dignidad, son delgados y pálidos, pero se los ve satisfechos, tienen las uñas gastadas hasta el sangrado de tanto escarbar entre el cascajo, pero aprietan sin problemas una mano amiga, tienen la mirada nostálgica del niño-adulto, pero no han dejado de sonreir.

Quizá no encaje en este reportaje que muestra una radiografía -en cifras y rostros- que desahucia a los niños de oro, pero hay que decirlo: los barranquilleros de Chima y Chuquini son felices en la desgracia porque han asumido esta forma de vida como lo más natural. Son como los cristianos en el circo romano expuestos a los leones pero con un himno de gratitud para Dios en los labios por el pedazo de existencia disfrutada.

No conocen otra forma de vivir porque el (des)gobierno boliviano no cuenta para ellos, tampoco la Iglesia que ni templo tiene en esas comunidades que sobreviven a todas las adversidades.

Lo dicen los reportes periodísticos: Chuquini ha sido declarada zona de desastre en más de una oportunidad por las riadas que han anegado sus calles y desplomado sus casas, y Chima se abre paso en la historia, tragedia tras tragedia. En 1952 varias familias quedaron sepultadas en sus propias viviendas cuando parte del cerro Pukaloma se vino abajo, por lo que el poblado tuvo que ser cambiado de ubicación al lugar que actualmente ocupa; en carnaval del 2000 ocho mineros perdieron la vida en el socavón de Santa Clara, y en junio de este año, 2002, un incendio consumió 35 casas en el centro mismo del pueblo. En todos estos sucesos hubo ayuda sólo de emergencia y llovieron las frases de solidaridad por parte de autoridades gubernamentales y algunas instituciones privadas, mas a la hora de la verdad (reconstruir lo destruido) Chima tuvo que restañar sola sus heridas.

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