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De la Masacre de Avellaneda al Plan Estratégico de Seguridad
Por Marabunta - Izquierda Revolucionaria - Thursday, Jun. 24, 2004 at 9:10 PM
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Pese a sus promesas iniciales, Kirchner continúa encubriendo a los responsables políticos de la represión de Puente Pueyrredón. Además profundizó el plan de reestructuración de las fuerzas represivas para una más eficaz represión de la lucha popular. A 2 años de sus asesinatos, Darío y Maxi son ejemplos de lucha para todos los que peleamos por un cambio social revolucionario. Tomemos sus banderas y llevémoslas a la victoria.

La lucha popular tenía a maltraer al gobierno de Duhalde, que débil desde su origen no lograba asentarse. El movimiento piquetero, en un momento de ascenso de las luchas, se presentaba como el sector más dinámico de la protesta social, pero no el único: las asambleas populares y la recuperación de fábricas por parte de sus trabajadores eran otras de las expresiones de la pujanza del movimiento surgido con las Jornadas de Diciembre.
En ese contexto, el gobierno nacional necesitaba disciplinar a sangre y fuego a los sectores en lucha. Distintos expresiones del poder económico y político lo pedían a gritos. Eduardo Escasany, presidente de la Asociación de Bancos de Argentina; Enrique Crotto, de la Sociedad Rural; los gobernadores De la Sota, Rubén Marín y Juan Carlos Romero, exigían al unísono que se reprimiera a los piqueteros.
Días antes de aquel 26 de junio de 2001 distintos funcionarios nacionales salieron a decir lo suyo en los medios masivos para ir creando un clima propicio que legitime la represión. Duhalde, «Juanjo» Álvarez y principalmente Atanasof realizaron fuertes declaraciones públicas que adelantaban lo que se venía. «Tenemos que ir poniendo orden» presagiaba el por entonces Presidente.

Operativo conjunto

En el Puente Pueyrredón se implementó un «operativo conjunto» entre distintas fuerzas represivas – policías Bonaerense y Federal, Prefectura y Gendarmería - que sirvió como ensayo trágico del rediseño del aparato represivo que vienen impulsando las clases dominantes.
Un operativo de esas características sólo era posible, y así lo fue, bajo un mando operativo único, que coordinara las distintas fuerzas intervinientes; y ésa fue una decisión política y no de un uniformado «loco» que se tomó demasiado «a pecho» su tarea represiva. Si Fanchiotti y su patota reprimieron con tanta brutalidad y descaro fue porque se sentían respaldados por el poder político, que les soltó la mano cuando las pruebas se volvieron irrebatibles. La responsabilidad política de los gobiernos nacional y provincial está claramente demostrada en la investigación que hicieron los compañeros del MTD Aníbal Verón para su libro «Darío y Maxi, Dignidad Piquetera».

Los límites de las fuerzas populares

Cuando la hipótesis inicial de que «los piqueteros se mataron entre ellos» se volvió insostenible, los funcionarios nacionales y provinciales tuvieron que volver sobre sus pasos y empezaron a hablar de una brutal «cacería policial». Inmediatamente se generó una impresionante ola de solidaridad popular, que quebró políticamente la avanzada represiva, siendo éste, seguramente, el momento más alto en prestigio social que tuvo el movimiento piquetero.
Sin embargo, esa simpatía no pudo traducirse luego en un proyecto político superador. No es intención de este artículo abordar este tema, sólo alcanza con plantear que las organizaciones en lucha chocaron contra sus propias limitaciones. En un momento crítico para el sistema, el campo obrero y popular no pudo – muy posiblemente no estaba a su alcance lograrlo – generar las bases de una alternativa real de poder favorable a los intereses de los trabajadores y el pueblo. El problema crónico de la fragmentación y la inactividad del movimiento obrero organizado fueron las principales falencias con las que tuvo que lidiar.
Lo demás es historia conocida, adelantamiento de las elecciones presidenciales, triunfo de Kirchner, consenso... un poco de oxígeno para el sistema.

La misma represión...

Como dijimos, lo que en Avellaneda fue ensayo trágico con el Plan Estratégico de Seguridad ahora se convirtió en política de Estado. No podemos cometer el error de creer que el Plan anunciado por el gobierno fue improvisado; el caso Blumberg sólo aceleró los tiempos en la implementación de una estrategia represiva que se venía cocinando desde hace rato. Y cuyo objetivo central es controlar el conflicto social, con una más eficaz represión de las organizaciones en lucha. La tendencia general conduce, simultáneamente, a la militarización de las fuerzas policiales y a la «policialización» de las fuerzas militares. A excepción de la Bonaerense, desprestigiada socialmente por su inocultable participación en diversos hechos delictivos y de corrupción, las otras tres fuerzas represivas que participaron en la Masacre de Avellaneda son las que ahora proveerán de efectivos para el «Cuerpo Nacional de Paz». ¿Qué tareas tendrá ese Cuerpo «pacifista»? Según el texto que el mismo gobierno difundió en diarios y revistas, la nueva fuerza federal «actuará como asistencia federal y policía de seguridad en las zonas más críticas, cuando su presencia sea requerida en el marco de la ley de seguridad interior».
En criollo, una nueva fuerza para reprimir puebladas y otros «desbordes» sociales.

... la misma impunidad

A dos años de la Masacre de Avellaneda, y a más de un año de haber llegado Kirchner a la Casa Rosada, la investigación se limita a cargar las culpas en algunos «fusibles» policiales (es decir, Fanchiotti y compañía). La cadena de responsabilidades se corta allí, ni Duhalde, ni «Juanjo» Álvarez, ni Felipe Solá, ni el por ese entonces subsecretario de la SIDE, Oscar Rodríguez, entre otros, fueron involucrados en el caso sino que por el contrario hoy ocupan importantes cargos en distintas esferas de gobierno y del poder legislativo.
El pacto de gobernabilidad que une al Pingüino con Duhalde – pese a los chisporroteos actuales – es mucho más fuerte que la supuesta vocación «progresista» de K en materia de derechos humanos. Evidentemente, la palabra cómplice también se escribe con «K».

(Artículo publicado en el periódico Sin Tregua, Nº2, edición de junio de 2004)

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